Posts made in May, 2017


La esencia del Ajedrez es pensar acerca de qué es el Ajedrez. — David Bronstein

¿Cuál es la esencia del Ajedrez? Más allá de las especulaciones ociosas sobre sus elementos de juego, arte, ciencia o deporte: ¿por qué los niños, adultos, ancianos, hombres y mujeres de todas las edades y orígenes culturales están tan fascinados con un tablero a cuadros y un conjunto de piezas arquetípicas?

Para un niño, el simple aspecto del tablero y las piezas es suficiente para encender la imaginación. Y prácticamente lo mismo ocurre para un jugador experto, o un verdadero amante del ajedrez. Un interés profundo es estimulado por todas las posibilidades en la interacción entre el tablero y las piezas.

El objetivo en un juego de ajedrez es ganar. Pero esa no es la meta del Ajedrez. El propósito único y definitivo del juego es crear algo a partir de la lucha de fuerzas complementarias y opuestas: casillas claras y oscuras, piezas blancas y negras, Rey y Rey, Alfiles y Caballos, jugador y jugador.

Y, sin excepción, cuando dos fuerzas complementarias y opuestas se encuentran, crean lo mismo. Esto se aplica a cualquiera y todos los niveles fractales del mundo, donde el resultado final, el precioso subproducto del choque y la cooperación de los opuestos es –simple y claramente– la conciencia.

Somos seres conscientes. Estamos hechos de, y somos creadores de, conciencia. Somos atraídos hacia ella por una fuerza irresistible que trasciende nuestras más profundas y legítimas preocupaciones. Desde el más trivial de los problemas cotidianos hasta las intemporales preguntas sobre la vida y la muerte, el factor de la conciencia sigue siendo el fundamento de todo lo que determina nuestras idas y venidas.

El Universo está hecho de relatos, no de átomos. — Muriel Rukeyser

La conciencia se expresa a través de historias. Somos, en lo más profundo de nuestro ser, narradores y escuchas de relatos. Nos despertamos y nos vamos a dormir con una sed insaciable de relatos, los bebemos como si no hubiera mañana. Todo el día, durante toda nuestra vida, pensamos, hablamos, vemos, leemos, escuchamos.

Libros, música, cine, TV, radio, periódicos, la World Wide Web, reuniones familiares, amistad, escuelas, romance, matrimonio, ciudades y pueblos. Éstos son todos los medios a través de los cuales contamos y escuchamos relatos. En última instancia, sin embargo, no estamos relatando para el otro. De hecho estamos relatando para algo más, algo fuera de nosotros, algo infinito. Los mejores relatos son aquellos que son contados por lo infinito en sí, donde el enfoque no está en ninguna voz humana individual –historias impersonales en tanto no están ligadas a nuestra historia personal–.

El ajedrez es un relato y es también el lenguaje en el que el relato se transmite.

En inglés hay una diferencia fundamental entre los conceptos de history (historia, como en histórico(a)) y story (relato, cuento). Nuestras historias personales son demasiado parecidas para resultar interesantes. Son productos directos del yo socializado. Nuestras historias o relatos impersonales, sin embargo, apelan a cada uno de nosotros de las maneras más emocionantes e interesantes. Podemos relacionarnos con ellos sin sentir lástima por nosotros mismos, o que somos superiores o inferiores a nada ni nadie.

Los relatos agitan nuestro conocimiento ancestral acerca de nuestra naturaleza como perceptores y nuestro papel como seres conscientes e interconectados en el corto espacio de nuestras vidas en la Tierra. Borran las falsas líneas divisorias que hemos dibujado arbitrariamente entre nosotros, llevándonos a un lugar donde podemos comprender que básicamente somos lo mismo.

La historia es rancia, rígida, finita; Los relatos son ilimitados, siempre cambiantes, abiertos. Son mágicos en que nos revelan como seres con infinitas posibilidades para ser más conscientes, para el amor, para la verdadera comprensión científica, para las asombrosas creaciones artísticas. El arte es ciencia y la ciencia es arte.

Mientras que un juego de ajedrez es una conversación, el ajedrez en sí es un relato impersonal de la vida, un microcosmos de nuestra aventura como seres humanos. Si un alfil lleva a la victoria alguien se cura milagrosamente. Si un peón corona nos transformamos en lo que estábamos destinados a ser. Si una dama es sacrificada por el jaque mate encontramos la redención. La lucha de las piezas, el viaje en el tablero, son nuestras propias luchas y nuestro propio viaje del héroe, el arco del personaje que llamamos “yo”.

El ajedrez te permite volverte el dramaturgo, la estrella, el director, los extras y el público de tu propio juego, donde todo lo que necesitas hacer es tomar una pieza en la mano y colocarla en una casilla. Te recuerda que en realidad puedes hacer lo mismo con tu vida si tan sólo te atreves a aceptarla como un desafío impersonal y convertirla de una historia personal genérica y trivial a un relato abierto; de una maldición o bendición a una aventura de conocimiento.

El número de partidas de ajedrez posibles es mayor que el número de átomos en el universo observable.

Ni siquiera trates de abarcar esto con la mente. Es algo insondable, más allá de nuestro alcance. Y cada uno de esos juegos de ajedrez posibles es un relato impersonal que contamos a lo infinito, así como uno que escuchamos desde lo infinito.

El ajedrez somos nosotros, hace miles de años, sentados alrededor de una hoguera y compartiendo recuentos de los temores de la noche y la emoción de la caza, de nuestros recién nacidos y nuestros ancianos sabios, nuestra tristeza y nuestro deleite. Es una mujer que da a luz o gobierna una nación, un niño que lucha por sobrevivir en un país del tercer mundo, un científico extasiado por un gran avance en matemáticas, física o astronomía, un campesino heroico que defiende su tierra. El Rey cae en cuentos de horror, y escapa por un pelo en cuentos de asombro. Esquiva a la muerte misma en una posición de ahogado, mientras un caballo salta en gran estilo sobre muros de estructuras de peones y un alfil se esconde en un fianchetto, apuntando sus flechas a piezas desprevenidas en el extremo opuesto del tablero.

Quienes dicen que entienden el ajedrez no entienden nada. — Robert Hubner

En muchos niveles, cada ser humano contiene un conjunto completo de arquetipos, y una persona social se define por el dominio transitorio de uno u otro. Al igual que las piezas de ajedrez. No hay arquetipos “buenos” o “malos”, ya que son ontológicos. Jung, por ejemplo, entendió esto en su análisis e interpretación del I Ching.

En ciertas culturas el arquetipo del idiota del pueblo es sagrado. Como cualquier otro arquetipo, éste también nos habita. Todo el mundo sabe que “somos sólo peones en el juego de la vida“. Ninguno de nosotros realmente sabe lo que es el Ajedrez. Podemos describirlo, pero no explicarlo. Desde mucho antes de Sócrates, cuanto más pensamos que sabemos, más permitimos que la ignorancia y la estupidez nos dominen. El idiota del pueblo trasciende la estupidez sólo cuando se rehúsa a ser un prisionero de sus preconcepciones sociales, porque no permite que su identidad sea fijada por ellos. Se vuelve sabio cuando ya no le importa ser un idiota, hasta el punto de poder rugir de risa ante su propia estupidez.

La muerte, nuestra mejor consejera, es el reloj de ajedrez, exigiendo que hagamos nuestro movimiento y presionemos el botón, cualquiera que sea el resultado. El ajedrez nos exige ser responsable de nuestras acciones, y no tolera la hipocresía, la mentira o la importancia personal. El juego es una parábola despiadada de la vida y la muerte, donde nuestro conjunto de creencias socializadas sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea no significan nada. No hay soluciones múltiples para un problema de ajedrez. Sólo hay una variante principal.

El ajedrez es tan objetivo, frío y pragmático que evoluciona a una forma de arte subjetiva, cálida y abstracta si tan sólo se respeta su naturaleza –en la medida en que escuchas al Ajedrez, al relato que te susurran al oído el tablero y las piezas–. Es por eso que Tolstoy y muchos otros sienten un poco de lástima por la gente que nunca aprendió a jugar al ajedrez.

El ajedrez podría ser tú en el cine, cuando por un par de horas eres capaz de olvidar tus insignificantes preocupaciones y simplemente escuchar, con los ojos bien abiertos, a los personajes que te cuentan la historia de tu vida. También podría ser yo leyendo un gran libro junto a una ventana, escuchando el toque suave de las gotas de lluvia sobre el cristal. Y, como las historias se construyen con decisiones, ni siquiera se necesita ser humano. En este sentido, el ajedrez está en todo a nuestro alrededor.

Lo que estoy tratando de decir es que ni siquiera tienes que aprender ajedrez para jugar. Lo has estado jugando toda tu vida. Aprender el juego es más como recordar un bello relato de ti mismo –uno que, como una fotografía borrosa, habías olvidado dentro de un baúl en el ático de tu espíritu–.

El ajedrez es ganar y perder, sí. Pero, al final, es sólo tu relato. ¡Cuéntalo con amor, con agradecimiento, con energía y pasión! Juega al ajedrez lo mejor que puedas y luego ríe del resultado, porque siempre es lo mismo. Perdemos cuando morimos, y luego ganamos porque contamos nuestro relato, sin importar quiénes somos ni dónde estamos. Ganamos porque leímos un libro, vimos una película, sentimos dolor y rugimos riendo de placer. Ganamos porque jugamos ajedrez; y, por un instante interminable, olvidamos nuestra historia para recordar nuestro relato.

—Enrique Domínguez

Enrique Domínguez es Jugador/Maestro de Ajedrez. Guitarrista Clásico, Instructor de Being Energy®, Escritor, Traductor, Diseñador Web, Creador de Ajedrez Equidinámico© y Co-fundador de Seenergy Network.